Título original: Penance
Nacionalidad: USA Año: 2009
Director: Jake Kennedy
Guión: Jake Kennedy
Intérpretes: Marieh Delfino, Graham McTavish, Alice Amter
Nacionalidad: USA Año: 2009
Director: Jake Kennedy
Guión: Jake Kennedy
Intérpretes: Marieh Delfino, Graham McTavish, Alice Amter

Penance deja un amargo sabor a oportunidad perdida…
La nueva propuesta de terror independiente del director británico Jake Kennedy (Days of Darkness, Blood Drive II) comete el grave error de quedarse a medio camino de todos aquellos lugares a los que parece dirigirse.
Pero vayamos por partes.
Amelia es una joven madre soltera cuya hija de diez años, Asher, sufre una complicada enfermedad degenerativa. No dispone de un seguro médico en condiciones y necesita dinero para afrontar el tratamiento de Asher. Su primera opción es participar en un reality show televisivo cuyo premio final está valorado en 20.000 dólares.
Una segunda opción, mucho más directa, es la de ejercer de stripper, asesorada por su mejor amiga –stripper de profesión-, y acudir de fiesta en fiesta dispuesta a mostrar sus encantos naturales a todo aquel que pague por disfrutarlos.
Cuando un día ocupe el lugar de su amiga, que acaba de recibir una paliza a manos de uno de sus clientes, para llevar a cabo un trabajo aparentemente sencillo y bien remunerado, dará inicio una auténtica pesadilla para Amelia.
Curiosamente Penance funciona mucho mejor como melodrama indie en sus 20 minutos iniciales que como película de horror durante el resto de su metraje; lo cual no deja de ser una mala señal acerca de lo que nos espera.
El arranque de Penance es prometedor. La propia Amelia nos cuenta, mirando a cámara (su novio la graba constantemente para enviar un video de presentación al casting de un reality show), los pormenores de su vida. Su labor como asistenta social. El grave problema de salud que sufre su hija. Su acuciante necesidad de dinero para poder tratarla. La necesidad como único motivo que le empuja a desnudarse frente a una jauría de universitarios en celo.
La película se toma su tiempo en presentarnos a un personaje sólido, creíble, con el que resulta fácil identificarnos. Y esto el espectador lo agradece. No es un hecho habitual en este tipo de producciones. El resultado final de este magnífico inicio es que Amelia nos importa, y estamos dispuestos a compartir con ella la que promete ser una larga travesía de dolor y sufrimiento. Primer objetivo cumplido.
Durante estos 20 minutos iniciales incluso el ya sobreexplotado recurso de la cámara en mano y el formato de falso documental, aparecen justificados de manera, más o menos, aceptable.
Pero todo este esfuerzo, encomiable, en la presentación del personaje principal, se evapora desde el preciso instante en el que Amelia se cruza en el camino de un psicópata mesiánico, con amplios conocimientos quirúrgicos, dispuesto a purificar el alma corrupta de toda stripper que caiga en sus redes.
¿Recordáis esa larga travesía de dolor y sufrimiento que estábamos dispuestos a realizar junto a Amelia? Pues olvidaos del tema.
Amelia, junto a un puñado de strippers, es encerrada en un hospital abandonado y sometida a una serie de tormentos que pondrán a prueba la pureza de su alma. La cosa suena mucho más grave de lo que finalmente acaba siendo.
Amelia sufre, lleva fatal su encierro y el hecho de no poder ver a su hija, grita,… Cuando se da cuenta de que la puerta de su habitación/celda está abierta, toma la estupidísima decisión de recorrer cada palmo del centro en el que está recluida, mientras lo graba todo con una cámara de vídeo que no sabemos de donde demonios ha salido (despedíos de la justificación de la cámara en mano… a partir de ahora las cámaras digitales crecen en todos los rincones del hospital como si fueran malas hierbas), en lugar de escapar de aquel lugar como alma a la que persigue el mismísimo diablo.
Todo se vuelve monótono, repetitivo y algo cansino. Amelia corretea de un lugar a otro sin demasiado sentido y agitando la cámara sin parar. Da la sensación de que Jack Kennedy no sabe qué leches hacer con su historia, hacia dónde dirigirla. Le ocurre lo mismo que a su protagonista: se encuentra encerrado en un callejón sin salida del que no sabe cómo escapar. Y es entonces cuando tiene la sensacional idea de que ha llegado el momento de apelar a la resistencia estomacal del espectador.
Dos. Dos son las secuencias desagradables a las que tendremos que enfrentarnos en Penance. Ambas cortadas por un mismo patrón: la obsesión del psicópata por los órganos genitales.
Aquellos que esperaban encontrar en Penance un digno – y pringoso – ejemplo de torture porn, deberán conformarse con este par de secuencias mencionadas. Sospecho que un bagaje muy insuficiente para los amantes de las emociones fuertes y los excesos de hemoglobina. Como torture porn, definitivamente, Penance se queda corta.
Por otro lado, el psicópata de la función, un tipo siempre preocupado por la pureza espiritual y la purgación del pecado, tiene un par de salidas, presuntamente humorísticas, que echan por tierra su personaje.
Y por si todo esto fuera poco, nos meten con calzador uno de esos inoportunos cartelitos al final de la película informándonos que el dichoso psicópata está basado en hechos reales: un ginecólogo australiano que abusó de no recuerdo cuántas de sus pacientes…, poco tiene que ver esto con lo que nos cuenta la película.
Penance no funciona. Por muy bien que nos caiga su protagonista principal, no funciona. Es una película que brilla más por sus intenciones que por sus resultados. Lástima.

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