22 septiembre, 2010

Road Kill (Gasolina)

TITULO ORIGINAL: ROAD KILL
NACIONALIDAD: AUSTRALIA AÑO:2010
DIRECTOR: DEAN FRANCIS
INTERPRETES: BOB MORLEY, XAVIER SAMUEL, GEORGINA HAIG, SOPHIE LOWE




“Road Kill” cuenta la historia de dos parejas de jóvenes que están de viaje por el sur de Australia y, en medio de una carretera desierta, se pican en una carrera con un enorme trailer de dos cuerpos. ¿El resultado? El viejo coche de los jóvenes vuelca y uno de ellos, Craig (Bob Morley), se parte un brazo. Sin vehículo, en mitad de ningún sitio, los chicos se angustian hasta que avistan, a lo lejos, el enorme camión que les ha agredido. Detenido, unos metros adelante. Siendo, como es, su única esperanza, se acercan, a ver si consiguen hacer entrar en razón al conductor para que lleve a su amigo a un hospital…

Empezamos regular, ¿verdad? Si un loco con un camión gigantesco se lanza a por ti en una carretera, creo que por mucho que pueda ser tu única esperanza, es difícil encajar que estos chicos se acerquen a por él. Por tanto, en los primeros diez minutos de película, hay que hacer la vista gorda. Se plantea uno, por tanto, la siguiente cuestión: puede que no esté todo perdido. Puedo olvidar esto si lo que sigue es apasionante.

Marcus (Xavier Samuel) y Liz (Georgina Haig), la pareja indemne, van hacia el camión, mientras Nina (Sophie Lowe) se queda con el malherido Craig. Los jóvenes llegan hasta el vehículo. Está vacío. Las puertas delanteras abiertas. Del conductor no hay rastro. Además, las llaves están puestas. Suben, justo cuando a lo lejos, se divisa al conductor, que corre hacia ellos, disparándoles. Los chicos arrancan y recogen a sus amigos. Dejan atrás al conductor. Carretera adelante, ¡bien!, pueden salir de esa… pero hay algo raro en el trailer. En vez de la insignia de la marca, en el capó hay una pequeña figurita de un perro con tres cabezas que Marcus, el conductor, ha mirado fascinado durante un buen rato. Así, mientras todos duermen, Marcus intenta mantenerse despierto mientras algo, quizás ese extraño perro, aparece en su cabeza, vence su voluntad y le hace salirse de la carretera y tomar un camino sin salida. En ese punto, cuando los demás descubren que se han desviado de la ruta, comienzan los enfrentamientos entre ellos, las tensiones que hay bajo sus aparentes buenas relaciones, siempre a la sombra amenazante del camión…

“Road Kill” no disimula su inspiración directa, “Christine”, la novela de Stephen King. Pero, eso sí, la “personalidad” del coche del novelista americano es mucho más fascinante que la de este mamotreto. Si el plymouth era una suerte de novia celosa, el camión es un animal egoísta que sólo busca su sustento más básico. Y no tiene ningún reparo en utilizar a los jóvenes a su antojo, siempre “poseyendo” al que pueda saciar su instinto de un modo más inmediato.* Así, uno diría que un pilar básico de “Road Kill” debe ser, por tanto, la personalidad de sus cuatro protagonistas. Así debería ser, pero no lo es, y es una de las grandes carencias de la película. Los personajes apenas se mantienen. Marcus, Liz y Nina no cambian su registro en toda la hora y media. Marcus es guapo y un poco engreído, Liz está enamorada de Craig, y Nina es una chica entregada a su novio y buena (…hasta el extremo de ser tonta). Sólo Craig, sobre el papel, empieza de un modo (sexy, majo, bienintencionado) y acaba de otro (utilizando sus virtudes para manipular a los demás).


Eso sí, sobre el papel. Si hay un problema grande y decisivo en “Road Kill” es la labor de dirección de Dean Francis. Puede que los actores no sean los mejores del mundo, pero su batuta al mando es inexistente. El tono de la película también parece navegar sin rumbo fijo: en los primeros minutos, parece que estemos ante una película de Greg Mclean, también australiano y fascinado por la belleza negra y mórbida del entorno natural del país. Pero en cuanto la trama avanza, nos metemos de lleno en el terreno de la serie B –en el sentido malo del término-, aunque al final intente recuperar el pulso estético. A esto, hemos de sumar la planificación: no se sostienen momentos en los que, por ejemplo, Craig abandona el sitio en el que Nina le había dejado, y vemos a dónde se dirige. Posteriormente, Nina sale a buscarle, y no tiene ningún sentido ver cómo la chica mira en un lugar en el que sabemos, porque lo hemos visto, que Craig no está, y que el director nos ofrezca la réplica a la mirada de Nina mostrando el lugar vacío y enfatizando con música la supuesta sorpresa de que el chico no esté allí.

Por otra parte, en el tramo final de la película, se acumulan los sinsentidos y fallos de racord gordos –el trailer lleva dos contenedores, y el mismo interior se encuentra en uno y otro indistintamente. A esto hay que sumar el guión de Clive Hopkins: en tres ocasiones, un personaje, en un momento de tensión, se queda dormido (!!!) y despierta un tiempo después… tiempo que se necesitaba para colocar los elementos del siguiente tramo de la película. O el clímax, estirado hasta la extenuación para alcanzar los noventa minutos de película.

Puede que esté siendo duro. Pero es que da rabia porque, aunque no era original, la trama daba de sí. Y algunas cosas están la mar de bien resueltas –la presentación del mecanismo del camión, por ejemplo, dibujada en la pared de la que parece la guarida del conductor, o el motor del vehículo, una imagen no por tópica menos perturbadora-, por lo que da que pensar por qué otras no se han pensado del mismo modo. Además, hasta que llega el ya mencionado y estirado clímax, la película, a pesar de sus peros, no se ve mal del todo.

En definitiva, que podía haber estado bien. Y eso duele.


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